“La Mar, la mujer, una conexión ancestral, casi mágica. La vida nació en el agua, el agua es vida y prueba de ello es la huella que este elemento nos dejó.

Toda nuestra vida está marcada fuertemente por la presencia de este líquido, somos un 60% agua; también la muerte nos marca por la ausencia de la misma, nos secamos.

Los besos son húmedos, el sexo también, el feto se desarrolla en una bolsa de líquido amniótico y el último órgano en desarrollarse son los pulmones; los bebés no los necesitan hasta que nacen, obtienen oxígeno a través de la placenta. Se da a luz cuando se rompe la bolsa de líquido, expulsando así mismo mucha sangre y agua. No todas somos madres, pero sí todas y todos somos hijas e hijos.

Nacemos y seguimos siendo agua, pero nuestra relación con este medio cambia y también nos cambia. Pasamos a ser animales terrestres, pero no nos olvidemos que la vida nació en el agua. En el momento que ponemos un pie en la mar, volvemos a ser esa célula que flota en el útero, nos convertimos en una simple gota de agua del océano, asimilando lo “pequeñito que somos” y la importancia y el valor que tiene cada gota que lo constituye.

La mar no entiende de sexos, de religiones o de política; tampoco de estatus sociales, solo de vidas, ahí somos todos iguales, para lo bueno y lo malo. Es un medio hostil que al mismo tiempo nos da la bienvenida a casa, la madre naturaleza, nos abraza en el azul sin hacer distinciones.

La mar nos muestra todas nuestras fortalezas y vulnerabilidades, nos enseña a renacer y empezar de cero las veces que hagan falta; a mantenernos en movimiento para seguir adelante. Nos hace ver que ella es el origen, el presente y por supuesto, el futuro. La mar nos proporciona el oxígeno que necesitamos para vivir, seguimos respirando gracias a esta placenta, sin ella todo se acabaría; el final de la vida.

No nos olvidemos nunca, la vida nació en el agua, el agua es vida, la mujer es: mar y vida.”